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Por Chus Galiano

A pesar de haber transcurrido unos 30.000 años desde las primeras manifestaciones artísticas, no hemos llegado a un acuerdo hasta estos últimos siglos, para clasificar y ordenar de una manera cierta, total y absoluta, la historia del arte universal.

Quizás no haya sido tampoco muy acertado su estudio y catalogación, ya que por regla general, el primer concepto que nos aparece en mente al escuchar o pronunciar “Historia del arte”, no es otro que la estructura lineal perfecta que contiene, partiendo de las pinturas rupestres hasta llegar al arte contemporáneo.

Una occidentalización en exceso, la desconsideración del sexo femenino y una fuerte exclusión y discriminación de razas, han resultado también rasgos característicos en las publicaciones de los manuales histórico-artísticos, por lo que resultará erróneo elaborar algo universal y verdadero de esta manera.

El trato de favor de las bellas artes, casi en exclusividad, hacia la pintura, escultura y arquitectura, tampoco ha contribuido al reconocimiento de otras disciplinas a lo largo de los tiempos, como por ejemplo puede ocurrir ahora con la fotografía o el arte urbano.

Además de estos factores que son de gran importancia y determinación, se unen otros que no son menos, pero entiendo que no tan genéricos como los anteriores y que igualmente hacen ardua la tarea de llegar a un acuerdo sobre el estudio de la historia del arte.

Universidades de referencia están actualmente proponiendo modelos de estudios diferentes a la estructuración lineal, para comprender así otros factores que están unidos a la producción de cada obra de arte:

“Recently several universities including Harvard, Stanford, and Northwestern, have offered experimental first-year courses using thematic divisions of the material: speaking first of gender, then of semiotics, then politics, then the gaze, and so forth…”  James Elkins (2002). Stories of Art (pág.132). New York : Routledge.

Recuerdo que estudiando Historia del arte durante el curso de orientación universitaria (COU) la asignatura estaba anclada en la regla cronológica, lo que me hizo conocedor de muchos períodos y obras, pero poco del concepto artístico que pudiera originar en mí la percepción y análisis de cada una de ellas, al tener en cuenta otros factores importantes más allá que el nombre del periodo artístico y la fecha de creación.

Los inicios de la historia del arte se remontan a mediados del siglo XVI, cuando Giorgio Vasari realiza la primera clasificación conocida sobre arte con la publicación de “Le vite de’ più eccellenti pittori, scultori, e architettori” (1550). Desde entonces no hemos parado de analizar e intentado comprender su existencia.

No es hasta el siglo XVIII cuando van apareciendo grandes pensadores como Winckelmann, Kant, Hegel, Taine, Burckhardt, Riegl, Wölfflin o Panofsky entre otros, que se encargarán de definir y formalizar las distintas definiciones de estética.

Es muy significativo la gran cantidad de teorías que aportan, la mayoría basadas en la belleza, muchas de ellas cercanas al contexto histórico y social, otras llegando al aspecto psicológico de cada individuo, en definitiva distintas visiones del arte que van generando paralelamente los primeros manuales sobre la materia.

En el XIX aparecen Marx y Engels, ninguno crea su propia teoría estética, pero colaboran con sus escritos en la crítica social del arte.

Quizás con las vanguardias artísticas del siglo XX y su afán por romper con todo lo establecido, podamos entender fácilmente que cada obra de arte o corriente artística tiene su particular ubicación en el tiempo y debe analizarse dentro de su propio contexto.

Una de las obras que hemos destacado en esta reflexión, el cuadro negro de Malévich, no puede ser entendido sin saber dónde se sitúa cronológicamente, el porqué de los materiales que la componen y su significado.

El negro no existe en la naturaleza, la forma cuadrada tampoco, es el concepto opuesto a la mímesis que siempre parece haberse perseguido desde el arte clásico, aún así es arte y es correcto, ya que esta utopía estética fue validada artísticamente por el suprematismo que el propio Malévich se encargo de defender y argumentar.

Como conocedores, críticos o amantes del arte debemos saber llegar a interpretar según los iconos y símbolos que la obra contiene, sin pasar por alto el estudio de la forma y el fondo. Como artista hay que mantenerse actualizado para que a uno le entiendan:

 “Si el artista quiere ser entendido por la sociedad a la que se dirige, tiene que hablar con el lenguaje de esta sociedad.” Joan Campàs Montaner. Los mundos del arte (pág.13) FUOC

La sociedad es por tanto, la que va generando y creando las ideas artísticas y con ello el arte en general. El artista es el medio para su creación.

A pesar de ello todas las obras consideradas como artísticas, recogen en cierta medida y tal y como Alois Riegl sostenía, una historia heredada de las primeras formas geométricas que desde la antigua Mesopotamia han evolucionado hasta las corrientes actuales, sin faltar al ideal de belleza.

Ha sido también en el siglo XX cuando se ha conseguido bajar al arte de sus propias nubes al suelo, de lo divino y sublime a lo terrenal y mundano. Y así apareció Marcel Duchamp.

Tras un intento reprimido de pertenecer a la corriente cubista, Duchamp inició la idea del arte conceptual con distintos objetos de uso común, entre los que destacó un urinario al que se tituló “La fuente” y que presento en el salón de los independientes de Nueva York en 1917 bajo el pseudónimo de R. Mutt.

¿O acaso fue la amiga que menciona a su hermana por correspondencia? Fuese quien fuese, de la nada había creado los ready-made.

Esta ambigüedad o “habilidad” de Marcel, entre otras, fue una de las artimañas que contribuyeron a transformar un objeto cotidiano en obra de arte, incluso sin haber intervenido en el proceso de creación.

Además de las características del objeto en sí, sus propiedades o su textura, o la repercusión que puede causar un urinal expuesto en un museo, lo convirtieron no solo en un objeto artístico, sino que desde 2004 pasa a ser, según la crítica más reconocida, la obra de arte más influyente del siglo XX.

Siguiendo su estela, ahora en el siglo XXI, el arte conceptual dignifica el concepto del objeto artístico por encima de su belleza, por consiguiente cualquier objeto cotidiano tiene licencia para descontextualizarse o “desclasificarse” y por el simple hecho institucional de ubicarse en un museo, galería de arte o que los propios historiadores lo acepten, se convierte instantáneamente en obra de arte.

Llego hasta aquí a la conclusión de que no basta solo con mirar o leer una obra de arte para entenderla e interpretar su significado, sino que para ir más allá es necesario también el estudio de la historia del arte con un enfoque actual, no lineal, donde pasado y presente se encuentren continuamente en diálogo.

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